Canta cada día ante el espejo

No existe emoción que no aparezca representada en los Salmos como en un espejo. Calvino

LOS SALMOS. En pocas obras de la literatura universal puede encontrarse un registro tan fidedigno de los sentimientos, emociones y experiencias que han vivido los seguidores de Dios. Las oraciones que presenta el Salterio siguen siendo hoy una fuente inagotable de inspiración. No es de extrañar que Calvino, uno de los padres de la Reforma, comparara este libro con un espejo en el que podemos encontramos a nosotras mismas, ver reflejadas nuestras propias experiencias de fe, hallar respuestas a nuestras dudas y consuelo en nuestros peores momentos. Si aún no has leído los Salmos con la debida atención, te invito hoy a redescubrirlos; a saborearlos a fuego lento; a encontrarte en ellos y a recibir de ellos fuerza para cada día.

Así como actualmente tenemos himnarios para cantar en la iglesia, el libro de los Salmos era el him- nario del antiguo Israel. Jesucristo cantó algunos de sus himnos en diferentes ocasiones, por ejemplo tras la última cena, como leemos en las Escrituras: “Después de cantar los salmos, se fueron al Monte de los Olivos” (Mat. 26:30). Imagínate a Jesús cantando himnos que hablaban de él, cuyas letras se habían escrito mucho antes de su venida: “Tú eres mi hijo. Pídeme que te dé las naciones como herencia y hasta el último rincón del mundo en propiedad, y yo te los daré” (Sal. 2:8, 9). Tan a fondo conocía Jesús los Salmos y tanto se había mirado en ellos como en un espejo, que se encontró y se reconoció claramente en ellos, como indican algunas de sus últimas palabras: “Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?” (Sal. 22:2).

Jesús no solo conocía los Salmos, sino que él mismo los había inspirado, y en el Sermón del Monte (Mat. 5) se hizo eco de ellos: Benditos los que “tienen sed de Dios, del dios de la vida” (Sal. 42:2), “los humildes que heredarán la tierra” (Sal. 37:11), “los que tienen las manos y la mente limpias” (Sal. 24:4), o los que sufren persecución (Sal. 3; 7; 54; 57; 59; 63).

Si Jesús consideró tan importante este libro como para aprender de memoria grandes porciones de él, si le sirvieron para conocerse a sí mismo y afirmarse en su ministerio, ¡de cuánta utilidad pueden ser para nosotras! Grandes bendiciones nos esperan en su lectura.

“Canten himnos en su honor. Hablen de sus grandes hechos!” (1 Crón. 16:9).

Por: Mónica Díaz


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