“Porque no tenemos lucha contra sangre y carne, sino contra principados, contra potestades, contra los gobernadores de las tinieblas de este mundo, contra huestes espirituales de maldad en las regiones celestes”. Efesios 6:12
NO ME PARECE QUE se pueda decir de John Wayne que fuera un dechado de virtudes. Pero lo que gritaba de espaldas mientras, agachado, corría hacia la guarida del lorajido, desde la que le disparaban, es la verdad con respecto a la oración por tu pastor. “¡Cúbreme cuando entre!”
Pablo, apóstol, pastor, evangelizador y predicador, difícilmente podría haberlo expresado con más claridad. Con balas que pasan zumbando, rebotando por doquier a nuestro alrededor, estamos todos nosotros inmovilizados en el fuego cruzado y la mira de un enemigo invisible, “huestes espirituales de maldad en las regiones celestes” según los describe nuestro texto. Pero Pablo sabía que había ocasiones en las que, a pesar del fuego cruzado, le tocaba echar a correr y “entrar” por el bien de la causa y el reino a los que servía. “Ora por mí” simplemente significaba: “Cúbreme cuando entre”. Porque Pablo sabía que la oración colectiva es también un blindaje protector y un poder habilitador.
Garrie Williams, en su libro devocional titulado Welcome, Holy Spirit [Bienvenido, Espíritu Santo], cuenta la historia del gran predicador escocés James Stewart, que se encontraba en una gran ciudad europea antes de la Segunda Guerra Mundial predicando un ciclo de sermones de avivamiento. Las reuniones empezaron con solo siete personas una noche de viernes, pero en cinco días la concurrencia había llegado a las nubes, llegando a millares en una sala, y se convirtió mucha gente. ¡Stewart quedó pasmado! Una noche, antes de predicar, sintiéndose del todo insuficiente para el reto de proclamar el evangelio a la gran multitud que se había reunido, bajó al sótano para elevar fervientemente su petición a Dios. Mientras oraba en la oscuridad, percibió una presencia de poder, y, dándose cuenta de que no estaba solo, encendió la luz. En un rincón alejado, con el rostro postrado sobre el suelo ante Dios, había doce mujeres. Y en un instante el predicador supo de dónde venía la efusión sobrenatural.
No hay ningún pastor o predicador vivo que no sepa de dónde viene ese poder. Y, por eso, en nombre de tu pastor, te ruego de todo corazón que te mantengas arrodillado por él, por su esposa e hijos. Solo la eternidad revelará plenamente el blindaje protector y el poder habilitador que desencadenó el Espíritu, todo porque dedicaste tiempo para orar diariamente por tu pastor.
Por: Dwight K. Nelson
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