¿HAS TENIDO ALGUNA VEZ la impresión de que Dios quiere que pidas? Entonces, ¿por qué no lo hacemos más a menudo?
Hubo una vez un hombre a quien se le presentó a medianoche un amigo que vivía fuera de la ciudad. Una vez concluidos la bulliciosa bienvenida y todos los abrazos, el anfitrión se dio cuenta súbitamente de que no tenía nada que poner de comer a su hambriento amigo (la compra de comestibles no tocaba hasta el viernes). ¡Suerte que uno cuenta con vecinos! Pero cuando pulso insistentemente el timbre de la casa de al lado, parecía que no podía despertar a la familia. Por fin se abrió con un chirrido una ventana del primer piso. Tras las necesarias disculpas y la explicación del Vecino, el hombre de arriba refunfuñó que era demasiado tarde para buscar comida en su despensa, que los niños estaban dormidos y que podría despertarlos. Sin embargo, el anfitrión necesitado rehusó moverse. «Me tienes que dar algo de pan para mi huésped, ¡por favor!». Cuánto se prolongó la situación, nadie lo sabe. La parábola de Jesús sí deja claro que el hombre de arriba por fin cedió ante su persistente vecino y le dio todos los alimentos que necesitaba. Fin.
¿La idea clave de la parábola? Pedir. ¿Pedir qué? Jesús está preparado con la respuesta: «Si vosotros, siendo malos, sabéis dar buenas dádivas a vuestros hijos, ¿cuánto más vuestro Padre celestial dará el Espíritu Santo a los que se lo pidan?» (Luc. 11: 13). ¡Pedir el Espíritu Santo!
Pedir el Espíritu Santo sería como pedir a tus padres que te dieran una tarjeta de crédito de reconocida solvencia, emitida a tu nombre, con privilegios de compra ilimitados. (Por supuesto, ¡ningún padre prudente con dos dedos de frente va a dar una tarjeta de crédito ilimitado a sus hijos!). Sin embargo, pide el Espíritu Santo a tu Padre celestial y es aún mejor que una tarjeta con crédito ilimitado. Porque Dios añadirá todos los demás dones que hayas necesitado alguna vez (o que quisieras en lo más hondo). «Cuando recibamos ese don [el Espíritu Santo], todos los demás serán nuestros» (Mi Vida hoy, p. 61; la cursiva es nuestra).
¿Qué tipo de padre haría eso? Nuestro Padre celestial, dice Jesús. Según parece, el don del Espíritu es tan significativo a ojos del cielo que, cuando lo tenemos, ¡tenemos al único Ser del universo que puede acceder por nosotros a la tesorería misma del reino de Dios!
Por: Dwight K. Nelson
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