La niñita y el jarrón




“Pedid a Jehová lluvia en la estación tardía. Jehová hará relámpagos, y os dará lluvia abundante y hierba verde en el campo a cada uno”. Zacarías 10:1

ENTONCES, ¿ES ESO TODO? ¿Es eso lo que Dios espera de sus elegidos, simplemente que pidamos lluvia? ¿Qué tiene eso de complicado? En realidad, nada. Salvo que pedir es obviamente algo más que simplemente articular las palabras. Como saben todas las esposas y todos los esposos, un “Te quiero” de labios se corrobora con un “Te quiero” en la vida.

Sopesa esta invitación conmigo: “La mayor más urgente de todas nuestras necesidades es la de un reavivamiento de la verdadera piedad en nuestro medio. Procurarlo debiera ser nuestra primera obra. Debe haber esfuerzos fervientes para obtener las bendiciones del Señor, no porque Dios no esté dispuesto a conferirnos sus bendiciones, sino porque no estamos preparados para recibirlas. Nuestro Padre celestial está más dispuesto a dar su Espíritu Santo a los que se lo piden que los padres terrenales a dar buenas dádivas a sus hijos. Sin embargo, mediante [1] la confesión, [2] la humillación, [3] el arrepentimiento y [4] la oración ferviente nos corresponde cumplir con las condiciones en virtud de las cuales ha prometido Dios concedernos su bendición. Solo en respuesta a la oración debe esperarse un reavivamiento” (Mensajes selectos, 1.1, p. 141). Todos podemos abordar el prerrequisito número 4; sin embargo, ¿qué decir de los números 1 al 3?

Me recuerda la historia de una niñita cuya madre le dijo que no jugara con el caro jarrón que había en la sala de la casa. Poco tiempo después la mamá encontró a la niña con la mano literalmente dentro de la antigüedad de porcelana. ¡Y no podía sacarla! La madre intentó untar vaselina en la muñeca de su nena, luego aceite de cocina, de nuevo inútilmente. Desesperada, llamó a los bomberos. Pero ni siquiera su grasa de motor de tipo industrial pudo liberar la mano de la nenita. ¿Tendrían que romper el jarrón? El jefe de bomberos reflexionó un momento, y luego preguntó a la niña con dulzura qué tenía en la mano. “Una moneda”, contestó ella con inocencia. “Si lo sueltas, tu mano saldrá de inmediato”. Lo soltó y salió.

¿A qué nos aferramos que obstaculiza nuestra comunicación con Dios? ¿Un hábito, una posesión, una relación, un centavo o dos? “La confesión, la humillación, [y] el arrepentimiento” no son prerrequisitos que conlleven una mala noticia: son, simplemente, el acto por el que el alma suelta lo que obstaculiza la comunicación con Dios. La niñita suplicaba que le quitaran el jarrón, pero su oración solo fúe contestada solo cuando soltó lo que había en su mano. ¿Quieres un reavivamiento? Entonces, ayudemos a Jesús a contestar nuestra oración. ¿Cómo? Soltando los obstáculos.

Por: Dwight K. Nelson



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