UN ERMITAÑO se quejaba de que tenía demasiado que hacer. La gente le preguntaba cómo era que, viviendo solo, estaba tan ocupado. El contestaba: “Tengo que domar dos halcones, dos águilas, dos conejos, una serpiente, un asno y un león”. “¿Y dónde están esos animales?”, le preguntaban. Él respondía: “Los dos halcones que se lanzan sobre todo, bueno o malo, son mis ojos. Tengo que domarlos para que miren lo bueno.
Las dos águilas que con sus garras destrozan son mis manos; debo domarlas para que ayuden sin herir. Los conejos que van adonde les gusta y huyen de las dificultades son mis pies; he de enseñarles a permanecer firmes. La serpiente, aunque encerrada en una jaula, siempre está lista para morder si no la vigilo: es mi lengua. El burro obstinado que no quiere cumplir su deber es mi cuerpo. Y el orgulloso león que quiere ser el rey es mi corazón”.
Mis instintos no convertidos son fieras que no puedo domar por mí mismo porque “soy meramente humano, estoy vendido como esclavo al pecado” (Rom. 7:14, NV1). “En mí, es decir, en mi naturaleza pecaminosa, nada bueno habita. Aunque deseo hacer lo bueno, no soy capaz de hacerlo.
De hecho, no hago el bien que quiero, sino el mal que no quiero. Y si hago lo que no quiero, ya no soy yo quien lo hace sino el pecado que habita en mí” (Rom. 7:18-20, NV1). Lo mismo te sucede a ti. Pero afortunadamente, en algún momento de nuestra vida, el gran Domador hizo acto de presencia, “Cristo nos dio libertad para que seamos libres. Por lo tanto, manténganse ustedes firmes en esa libertad y no se sometan otra vez al yugo de la esclavitud” (Gál. 5:1).
Dios nos llama a someter nuestra naturaleza al Espíritu Santo: “Vivan por el Espíritu, y no seguirán los deseos de la naturaleza pecaminosa. Porque esta desea lo que es contrario al Espíritu, y el Espíritu desea lo que es contrario a ella. Los dos se oponen entre sí, de modo que ustedes no pueden hacer lo que quieren. Pero si los guía el Espíritu” son libres (Gál. 5:16-18, NVI).
“El fruto del Espíritu es amor, alegría, paz, paciencia, amabilidad, bondad, fidelidad, humildad y dominio propio. […] Andemos guiados por el Espíritu” (Gál. 5:22, 25, NVI).
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