“He dicho a Jehová: ‘Dios mío eres tú; escucha, Jehová, la voz de mis megos. Jehová, Señor, potente salvador mío, tú pusiste a cubierto mi cabeza en el día de batalla’”. Salmo 140:6, 7
VIVIENDO, COMO VIVIMOS, con los titulares constantes de lo que siguen llamando esta “guerra global contra el terrorismo”, toda noción de guerra, por trágica que nos resulte, se ha convertido en una realidad cotidiana. Y no necesitamos que los portavoces militares nos hablen por televisión de “reglas de enfrentamiento”, esos principios que se entiende tácitamente que guían una contienda “civilizada” (otro triste oxímoron).
Pero resulta que la guerra cósmica espiritual en la que estamos inmersos este planeta y cada uno de nosotros también se atiene a obvias reglas de enfrentamiento. Una de ellas es crucial para una comprensión de por qué debemos insistir en orar por los demás.
“El mismo Salvador compasivo vive en nuestros días, y está tan dispuesto a escuchar la oración de la fe como, o cuando andaba en forma visible entre los hombres. Lo natural coopera con lo sobrenatural. Forma parte del plan de Dios concedemos, en respuesta a la oración hecha con fe, lo que no nos daría si no se lo pidiésemos así” (El conflicto de los siglos, cap. 33, p. 516; la cursiva es nuestra). O, dicho de otra forma, Dios no puede intervenir cuando no ha sido invitado.
En la lucha entre los reinos de la luz y de las tinieblas, ambas fuerzas respetan la libertad de elección humana o, más bien, una la respeta y la otra la acata, dado que el diablo intentaría a la primera obligarnos contra nuestra elección si Dios no le impusiese esta regla de enfrentamiento. Sin embargo, el propio Dios no puede intervenir en una vida que claramente ha elegido rechazarlo. Si fuera a hacer tal cosa, ¡el demonio de inmediato protestaría!
Por esa razón precisamente resulta tan estratégica la oración intercesora para el reino de Dios. Porque aunque es verdad que Dios no puede responder una oración que no se pronuncia -y está claro que el que se resiste no ora pidiendo intervención-, puede ciertamente responder a la oración de otra persona por el bien de esa alma recalcitrante. A la respuesta demoníaca, todo lo que Dios necesita responder es: “He acudido a esta hija por petición de su madre, que es amiga mía”. Se sigue respetando el libre albedrío, pero ahora se da permiso (por así decirlo) al Amor mediante las piadosas intercesiones otro.
¿El meollo de esto? Con las listas de oración en mano, debemos mantenernos arrodillados. No abandones. Tus intercesiones pueden ser el semáforo verde que Dios ha estado necesitando para recuperar esa vida para la eternidad.
Por: Dwight K. Nelson
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