Salvación se escribió con la Sangre del Hijo de Dios


“Ellos lo han vencido por medio de la sangre del Cordero y de la palabra del testimonio de ellos, que menospreciaron sus vidas hasta la muerte”. Apocalipsis 12:11

PREDICABA YO EN SACRAMENTO, California. La reunión vespertina del viernes estaba a punto de empezar cuando vislumbré a un joven que avanzaba por el pasillo central de la iglesia. Llevaba puesta una camiseta negra, y cruzando la camiseta, con enormes letras en rojo brillante, figuraba el nombre SATANÁS. Tuve que mirar rápidamente una segunda vez. No cabía duda. No lo había leído mal; y de repente empecé a hacerme preguntas sobre la gente y la congregación a la que yo había acudido. Sin embargo, cuando el joven se acercó más y alargó su mano para estrechar la mía, pude leer la letra pequeña de color blanco bajo el nombre de Satanás: “está derrotado”. ¡Menos mal! ¡Seguía entre amigos!

“Satanás está derrotado”. Ese fue el repique triunfante de todas las campanas del universo aquella tarde de viernes cuando Jesús gritó el victorioso “¡Consumado es!” (Juan 19:30). Las espantosas batallas de la tierra continuarían aún, pero el resultado de la guerra estaba decidido para siempre. “¡Satanás está derrotado!”

No es de extrañar que el Apocalipsis describa a los elegidos de Dios de todos los siglos venciendo al gran dragón escarlata (Satanás) “por medio de la sangre del Cordero”. ¿Por qué tan sangrienta metáfora? Simplemente porque la sangre misma que el archienemigo del cielo y de la tierra derramó aquel viernes en la crucifixión del Hijo de Dios se ha convertido en el símbolo carmesí de la contraofensiva divina que aplastó el mortal control de Satanás sobre la tierra y la raza humana. El amor se dio a sí mismo como sustituto de la raza rebelde, y en su muerte sacrificial triunfó sobre el reino de las tinieblas, emancipando a la humanidad por los siglos de los siglos. Amén.

Y ese “amén” nos lleva a apelar al símbolo carmesí de “la sangre del Cordero” en nuestra adoración y en nuestra oración. Así, “Su sangre sea sobre nosotros y sobre nuestros hijos” se convierte en una potente petición al Vencedor del Calvario para que venza ahora en nuestra propia vida y en la vida de aquellos a los que amamos. El enemigo conoce bien el poder abrumador de tal apelación. “Habladle [a Satanás] de la sangre de Jesús, que limpia todo pecado. No podéis salvaros del poder del tentador; pero él tiembla y huye cuando se insiste en los méritos de aquella preciosa sangre. ¿No aceptaréis, pues, agradecidos, las bendiciones que Jesús concede?” (TPLI 5 296). Bendiciones desencadenadas y movilizadas por el triunfo de Jesús en la cruz.

No es de extrañar que también nosotros podamos vencer por “los méritos de aquella preciosa sangre”.

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