¡Sé, tu propia estrella!



Entonces dijo Dios: Hagamos al hombre a nuestra imagen, conforme a nuestra semejanza […]. Y creó Dios al hombre a su imagen, a imagen de Dios lo creó; varón y hembra los creó (Génesis 1:26, 27).

¿Alguna vez has hojeado una revista de chismes? Ya sabes, esos “cuadernos” de páginas brillantes llenas de fotografías de personajes famosos. ¿Has notado que la mayoría de las imágenes son de estrellas excepcionalmente bellas o apuestas, que hacen que las personas comunes se sientan increíblemente sosas?

Algunos piensan que, para ser considerado lindo, no debes tener ningún defecto: piel sin arrugas, dientes rectos y blancos, cabello perfectamente peinado (o cuidadosamente parado y salvaje), y figura espléndida. Pero ¿cuán realista es esto?

No lo es. Algunos pueden sufrir la presión de tener que alcanzar lo que su sociedad considera “perfecto”, especialmente cuando se comparan con modelos y estrellas de cine, que gastan miles de dólares en tratamientos caros, pociones cosméticas y cirugías plásticas. Se vuelven obsesivos con su apariencia, y se llegan a enfermar o destruyen sus cuerpos, al intentar rehacerse a sí mismos de acuerdo con la imagen de su estrella favorita. Trágicamente, algunas personas incluso fallecieron por haber llegado al extremo por verse “bien”.

No desperdicies tu tiempo comparándote con celebridades. Ellas no son más perfectas que tú o yo. Simplemente, desperdician dinero tratando de cambiarse o de encubrirse. Por supuesto, solo unas pocas lo admiten. Muchas celebridades quieren hacerles creer a sus admiradores que fueron genéticamente bendecidos. (Y a propósito, ¿has oído hablar alguna vez del Photoshop?)

La verdad es que cada uno de nosotros ha sido genéticamente bendecido. ¿Por qué? Porque la Biblia nos dice que Dios nos ha creado a su imagen. Así es: ¡tú eres la viva imagen de Dios! ¿Cuánto más perfecto se puede ser?


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