Una carrera continua



La sabiduría y el conocimiento son un tesoro que salva. Isaías

CUENTAN QUE cuando Sócrates se encontraba en la cárcel, esperando para ser ejecutado, oyó a un prisionero de la celda contigua cantar una difícil y desconocida canción. Entonces, el gran filósofo griego le pidió a aquel hombre que le enseñara a cantarla. “¿Para qué?”, preguntó el otro preso. “Para morir sabiendo una cosa más”, fue la respuesta de Sócrates. “¿Y para qué quieres aprender algo nuevo precisamente ahora que estás a punto de morir?”, indagó el compañero de prisión, sorprendido por el ansia de saber del gran Sócrates, que le contestó: “Exactamente por la misma razón por la que quieres aprender algo cincuenta años antes de morir”.

El deseo de saber, la curiosidad por aprender, las ansias de conocimiento, poco (más bien nada) tienen que ver con la edad o con la proximidad del fin de nuestra vida aquí. De hecho, me atrevería a decir que envejecemos precisamente cuando nos creemos que ya los sabemos todo, que no nos queda nada por aprender. Es lamentable el efecto que puede tener la edad sobre nosotros si no seguimos cultivando el aprendizaje como verdadera motivación, simplemente porque nos enriquece como personas, nos mejora y nos da frutos de la mayor calidad humana y espiritual.

Al igual que el preso del relato, la mayoría de la gente tiene una visión utilitaria del aprendizaje, como de casi todo en la vida. Solo pueden apreciarlo en la medida en que les resulta útil para su imagen, pero esto es una necedad: “El necio no tiene deseos de aprender; solo le importa presumir de lo que sabe” (Prov. 18:2). Aprender nada tiene que ver con el ego sino más bien al contrario, con damos cuenta de nuestra ignorancia, con reconocemos incapaces, y esto requiere una actitud humilde.

No dejes que las circunstancias ni la edad te frenen para seguir aprendiendo. No caigas en esa actitud de saberlo todo que te aleja del ideal de Dios de que seas como una niña, es decir, inocente, curiosa, con ansias de aprender cada vez más, especialmente acerca del Padre celestial. Enfoca bien tu aprendizaje, teniendo en cuenta que, en última instancia, el único sentido de la vida es que cada aspecto de ella te dirija hacia la salvación.

“En vez de plata y oro fino, adquieran instrucción y conocimiento. Vale más sabiduría que piedras preciosas;

¡Ni lo más deseable se le puede comparar!” (Prov. 8:10, 11).


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