“En el principio creó Dios los cielos y la tierra”. Génesis 1:1
EN LA NOCHEBUENA de 1968, los tres astronautas a bordo de la nave espacial Apolo 8 observaron por las ventanillas de su cabina el verdeazulado globo terrestre a gran distancia. Y en una transmisión en directo oída alrededor del mundo citaron la línea más reconocida de todas las antiguas Escrituras: “En el principio creó Dios los cielos y la tierra”. Con siete palabras en hebreo, diez palabras en inglés y en español, esta línea se ha convertido en el prólogo de toda revelación divina y en la premisa de toda fe humana.
Richard Dawkins, célebre biólogo ateo, tiene razón. O los cielos y la tierra fueron creados al principio por Dios o no lo fueron. No hay una tercera opción, un punto medio.
Por ello, solo hay dos cosmovisiones en lo que respecta al origen del universo. En una cosmovisión, la naturaleza aleatoria reina suprema. Se denomina naturalismo. El origen de las especies, de Charles Darwin, es su defensor de más amplia circulación, y el ateísmo es su filosofía resultante. En la otra cosmovisión (la más antigua), el Creador divino reina supremo. Se denomina sobrenaturalismo. Las Sagradas Escrituras son su defensor de más amplia circulación, y el teísmo es su filosofía resultante. No hay una tercera cosmovisión relativa a los orígenes. O Dios creó el universo o no lo hizo. Dios existe o no.
Génesis 1:1 declara que la cosmovisión de un Creador divino es la única expresión auténtica de realidad en este universo. Eso quiere decir que la epopeya humana no es el cuento en el que la humanidad inventa a Dios (como sugieren nuestros amigos ateos), sino, más bien, la brillante epopeya en la que Dios crea al hombre y a la mujer según su propia imagen para que juntos pudieran compartir la amistad divino-humana en un prístino planeta jardín sumamente perfecto.
“En el principio […] Dios…”, porque, en lo relativo a esta planeta, hay que empezar por algún sitio. No queriendo empezar ahí, Richard Dawkins tituló su supervenías El espejismo de Dios. Sin embargo, al relegar a Dios a un producto de la imaginación y los anhelos humanos, Dawkins deja a sus lectores sin nada que no sea la pura audacia de la supervivencia humana y la caprichosa suerte de una selección aleatoria. Puestos a escoger entre Dawkins y el Génesis, no es de extrañar que la mayoría de los habitantes de la tierra siga eligiendo a Dios.
Por: Dwight K. Nelson
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