El orgullo es hijo de la ignorancia; la humildad es hija del conocimiento. Fulton J. Sheen

El apóstol Pablo escribió: “Por nuestro ejemplo aprendan ustedes a no ir más allá de lo que está escrito, para que nadie se hinche de orgullo […]. Pues, ¿quién te da privilegios sobre los demás? ¿Y qué tienes que Dios no te haya dado? Y si él te lo ha dado, ¿por qué presumes, como si lo hubieras conseguido por ti mismo?” (1 Cor. 4:6, 7). No ha lugar a presumir de ser más listas o más talentosas, hemos nacido con una serie de talentos y eso es lo que podemos aportar. Y tampoco ha lugar a presumir de nuestras realizaciones debidas al esfuerzo personal, pues nuestras miras han de ser engrandecer nuestro entorno -y no nuestro ego- de manera altruista. Ese es el camino de la humildad, que nada tiene que ver con la humillación sino con una visión sabia de la vida (ver Sant. 3:13).
La generalizada tendencia de nuestra sociedad a alimentar el ego ha resultado en una cada vez mayor infelicidad individual y colectiva. Lo que necesitamos es regresar de nuevo a la contemplación de las vidas íntegras y sólidas de los grandes héroes de la fe, como Pablo y especialmente Jesús. Cuando reflexionamos en la grandeza de Dios a través de sus actos en las experiencias de sus hijos es cuando nos damos cuenta de nuestras limitaciones y de nuestra dependencia de él; de ese modo damos paso a la humildad y, contra la humildad producida por el Espíritu Santo, no hay ley (ver Gál. 5:22).
“Tras el orgullo viene el fracaso; tras la humildad, la prosperidad” (Prov. 18:12).
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